Manu y las despedidas ...


Su padre había sido un aventurero, esa parte le fascinaba a Manu; qué dulce recuerdo aquel sonido de la puerta  de su dormitorio que se entreabría para dejar pasar un rayito de luz que iba directo a sus párpados; le gustaba hacerse la dormida hasta que él se aproximaba con sigilo y besaba su mejilla, entonces ella desperezaba fingidamente para decirle “Papá, quédate un ratito conmigo y cuéntame, cuéntame cuando …”. Le echaba tanto de menos … qué sensación tan buena de hogar cuando él estaba y tras la ducha, la casa olía a aftershave y Paco Rabanne.

Siempre hubo despedidas en la vida de Manu, despedidas que entrañaron renuncias, sensaciones agridulces, idas y venidas en andenes y pistas de aterrizaje.

En esa edad que la vida parece acortar distancias entre padres e hijos, su padre, un apasionado de la cultura budista, le compartió en una ocasión que había que desligarse de la vivencia, tratar de no aferrarse a las cosas porque todo es impermanente y así fue que Manu atribuyera objetos a sus seres más queridos, con la ilusión de no echarles de menos después del abrazo de salida. Luego se acomodaba junto a su viejo peluche a quien, paradojas de las emociones, llamaba Macacco … un muñeco de trapo con calor propio pues cuando posaba la cara sobre su lomo a modo de almohada, se incorporaba con rapidez y le miraba fijamente pues … le sintió latir!



Hacía unas horas que despidiera a Luis en la terminal del aeropuerto con la mejor de sus ahogadas sonrisas. Para Manu, los destinos se diferenciaban entre millas y kilómetros, lejos y cerca, no quería referencias de destino, ni diferencias horarias … esa era la parte mágica del regreso, la sorpresa! De su padre también aprendió a estar en paz con los deseos de los demás.

Buscaba las llaves de casa en el fondo del bolso y descubrió una nota … when I think of you the miles between us disappear … entonces, era lejos, qué emoción!

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