Crecer sin perder la esencia...

Acostumbrada a crecer entre brisas, Manu sólo encuentra ventajas viviendo junto al mar. Soportar la humedad es el pretexto perfecto para refugiarse en sus lanas. Manu adora su textura. Los días de sol de invierno y entre semana, ella apura la hora del almuerzo y se fuga al escondite de las dunas. Lo había convertido casi en un ritual.

Diez minutos al volante a todo pulmón y parar el reloj para respirar intensamente. El aire es limpio y sabe a yodo. Luego se descalza para enterrar sus piececillos en la arena y terminar tumbada sobre la misma. Lo que más le gusta es desnudar sus hombros para disfrutar del masaje de luz. De fondo sólo el viento y alguna despistada gaviota. Media hora y se incorpora. Unos frutos secos, una manzana… algunos días lee, otros escribe, como hoy. Hoy Manu escribe a Luis.
“Crecemos franqueando la barrera del sonido. Ahora entiendo cómo es que vamos sordos en algún tramo de vida…”.
Comienza a estar incómoda acostada boca abajo y eleva la vista pero aquellos pequeños centinelas no la dejan ver. No consigue asomarse al horizonte de la curiosidad. Un perro ladra a lo lejos pero regresa a su bloc de notas. Percibe inspiración y tiene que aprovecharla porque no siempre puede adentrarse en los rincones inocentes de su corazón y escribe: “Crecer sin perder esencia”, y su mente vuela y distraída extiende la mano y acaricia ese algodón natural espigado al astro… Tacto. Juega. Guiña un ojo para afinar la mirada. Le gusta ver la claridad que se filtra entre esas inquietantes hierbas de playa que al mecerse con el viento, dejan entrever la distancia. Retoma la caligrafía.
“El horizonte no se ha movido pero cada vez me cuesta más vislumbrarlo. La maleza crece de forma silenciosa como las emociones, esas que de pequeños existen de forma primitiva pero a medida que nos hacemos mayores progresan a zancadas. ¿Quién no tuvo algún motivo para desenfocar la mirada o incluso, perdido tras la ilusión, buscó la armonía en la distancia? Y en esa sensación, en esa perfección con estructura propia, cogemos la fuerza suficiente como para sostener el mundo… Me hago mayor sujeta a mi esencia.
Todas las estaciones a mis pies… Las suelas se desgastan Luis, me convierto en historias que viven y mueren. El pecho se llena de responsabilidades que unos días restan y otros suman…, y tú no sabes. La maleza lo cubre todo y ahí va la esencia, como puede, agarrada a la punta de mis dedos.
La maleza se reproduce a una velocidad con la que ya no puedo competir. ¿Quién soy yo frente a esta hoja en blanco que un día sostuvo cadencia y hoy toda una revolución de pasiones? Tengo que aprovechar estos ratitos de salitre para escribirte despejada porque la maleza devora mi creatividad”.
Manu recolecta pensamientos en ese sol de invierno. Vuelve a cerrar los párpados. Descansa.Huele a tierra, huele a humedad, huele a sol o luna. La maleza avanza. Inspira. Se incorpora para aterrizar en su rutina. Ya de regreso sonríe porque su ratito de luz siempre resulta sanador. Escribir también… Uno nace sin saber ponerle nombre a lo que siente. Sólo cuando se deja fluir entre letras, uno avanza como la maleza.
Una compañera de trabajo esperó a Manu al verla estacionar. Hablaron del tiempo, estaba siendo un invierno cálido. Manu le compartió su mediodía en la playa y su compañera no daba crédito consciente del poquito tiempo que disponían para comer. Manu argumentó: “Sí es cierto. Hubo días que me quedé por aquí y se me hizo eterno, pero adoro conducir y si lo piensas bien, el tiempo es lo que es. Sólo nosotros podemos decidir qué hacer con el tiempo, cómo queremos disfrutarlo. Como leí en una ocasión, TIEMPO DE CALIDAD, NO CANTIDAD DE TIEMPO“.
Quizá mañana acabará su carta. Quizá.

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