Armando ilusiones...
Cuando la fragilidad se apoderaba de Manu,
concentraba todos sus sentidos en las palabras de su padre “Hija mía, la mente
fría de vez en cuando, un poco fría” pero costaba trabajo porque pese a los
fracasos, engaños y decepciones, a ella le seguía pareciendo mágico el ser
humano, ése era el riesgo en la vida de cualquiera que transita su minutero con
el pecho al descubierto.
Cuando ese punto de debilidad la asaltaba,
resultaba tremendamente frustrante tratar de anotar nada en aquella libreta que
pasaba de un bolso a un bolsillo y que en ocasiones traspapelaba con las llaves
del coche o las gafas de sol porque una hoja en blanco era su objeto de
compañía, la biblioteca de su creatividad: una palabra, el nombre de una
canción, el título de un libro, un pensamiento, el esbozo de un proyecto, el
borrador de amor o el manual de sus ideas. El Plan B.
Garabateaba círculos hasta formar un gran
punto negro como un agujero de vacío. Sonrió recordando la capacidad de Luis
para dibujar una flor o una casa en cuatro trazos mientras hablaba por teléfono
sin tan siquiera estar poniendo todos los sentidos en lo que hacía. Ella en
cambio, continuaba dibujando una flor y una casa como cuando era pequeña.
Regresó a su niñez, al patio del barrio, a
los recreos de rayuela y de la velocidad a la que trazaba aquel
cuadrilátero de tiza que muchas veces armó con diferentes variantes y ganando
en complejidad. Se sonrojó involuntariamente rememorando cómo la pedían que
diseñara una distinta. Una nueva. El ratito de interrupción para el
esparcimiento a media mañana en el colegio era breve pero daba para mucho. Para
cuando sonaba el timbre, Manu ya llevaba preparado su trocito de escayola
apretadito en la palma de la mano y en la faltriquera su piedra desgastada de
besos para que la trajera suerte. Puntería cada vez que se acercaba
al cielo desde tierra. Guardar el equilibro y chutarla con precisión hasta la
siguiente casilla en la segunda vuelta. Y el más difícil todavía, el sprint
final, atravesar a saltitos todo el recorrido de cuadraditos con la piedra
entre los pies sin caerse y así, ida y vuelta. A Manu se le aceleró el pulso y
escribió “armando ilusiones”.
Un año en un diván fueron su punto de
partida. Volver a esa niña. Acompañarla en su juego, empujarla sin miedo y
ayudarla a levantarse si caía. Cuando era pequeña jugaba con sus amigos a ser
mayores, ejemplares en su solemnidad pero sin perder la facultad de volar si
creían que podían hacer volar la alfombra del salón tras desmantelarlo
literalmente del mobiliario inútil.
En sus divagaciones encontró respuestas,
los problemas perdían perspectiva y no dejaba de tratar de entender a los
mayores envueltos de envidias y absurdos egos, con lo fácil que sería compartir
un trocito de cielo en la rayuela con los dos pies mirando a tierra. Manu
empezó a pensar en ella misma desde afuera hasta dentro.
Alguien llamó a la puerta, tuvo la misma
sensación que el fin del recreo. Se incorporó de un brinco y abrió. Era su
padre. “Vamos”. “ ¿A dónde?” repuso Manu. “A volar” la dijo carcajeándose. “¿O
te has olvidado que me lo repetías una y otra vez cuando eras una canija”. Manu
no parpadeaba. “Vamos hija, cualquier día es bueno para empezar. No necesitas
tus pequeñas suelas si aún conservas las mismas alas”.
Seis pasos y ya Manu
caminaba como una novia colgada del brazo de su padre. Avanzaban despacito, sin
prisa… “Así que la mente fría ¿eh Papá?”. No hubo respuesta pero sí una sonrisa
y un guiño.
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Me encanta que te asomes a este rincón ... saber que a todos nos gustan las cosas que tocan el corazón! Gracias por recrearte un poquito conmigo ...