Sol Invictus...

Ayer descubrí una conexión importante entre la festividad del Sol Naciente y el nacimiento de Jesucristo, coincidiendo casi con el solsticio de invierno... y la importancia del 21 no sólo por ser el peso del alma, sino por ser un número mágico, un número de la buena suerte... así que supongo que nada pasa por casualidad y aunque hoy día de la lotería sonreímos por tener salud y buenos propósitos ya que la fortuna les llegó a otros, mi 21 de diciembre será un día que recordaré siempre porque me regalé unas vacaciones a Irlanda.



Desconecté por unas horas de las obligaciones y me disfruté despertando entre nubes, conduciendo con el sol a nuestras espaldas, sintiendo la brisa del mar desde el acantilado, descubriendo rincones sin casi luz pero que a través de la lente eres capaz de percibir como la luz gana la batalla a la oscuridad... disfrutando de conversación en una taberna llena de surrealismo pero donde nada distorsionaba el momento... compartir, ser feliz con el ahora, disfrutar, quererse y dejarse querer.





Son días de muchas sensaciones bonitas... de abrazos que extrañamente reconoces de otra vida, de sogas, amarres que no restan tu libertad sino todo lo contrario, que te empujan porque creen en tu fortaleza y sólo son ahí por si te despistas un poquito del recorrido... como un caminito de guijarros para encontrar el camino de vuelta a casa cuando lo necesites. 



Anoche tuve la suerte de conectar con las cartas que Marcelino Menéndez Pelayo escribiera más allá del personaje... gracias al libro de Mario Crespo López, Al cabo de los años...  esos renglones sencillos que fluyen del mismísimo corazón, un hombre que me ha desbordado de emoción... su carteo con Joaquina de la Pezuela, la que durante muchos años fuera su confidente, de la espontaneidad con la que se escribían y de sus reflexiones, me quedo con esta...

Leo de nuevo las palabras de Joaquina "Ayer pasé un día tristísimo y hoy ha empezado a llover y no sé si podré salir a pasear esta tarde". Yo siento lo mismo. No creo que haya tenido con nadie mayor sintonía personal. Y tenía razón Joaquina: no tiene uno más que tristezas desde cierta altura de la vida en adelante, y se va uno quedando solo, perdiendo todos los amigos de los primeros años, que ya no se reemplazan. Cierro los ojos y creo reconocer en la oscuridad a mi madre. Su muerte me ha dejado mi alma desolada. He tardado en reponerme de este golpe, y sólo muy lentamente voy recobrando la serenidad perdida. Las letras son mi único consuelo, el silencio entre los libros. ¿Pero querréis saber que hoy daría todos los libros por ella? Hasta las primeras ediciones, los códices, todas mis colecciones y manuscritos... Todo lo daría sólo por verla de nuevo. Sólo por sentirme atendido e importante entre las manos de la madre que todo lo perdona. La madre que perdonaba mis despistes, que me advertía cuando estaba lejos, que me decía que me olvidara por un momento de Horacio y de Ovidio y de Virgilio y sacara unos minutos para escribirle una carta. Para escribirle unas letras que llevaran mi recuerdo. ¿Cómo decirle ahora cuánto la quise? ¿Cómo saber si me oye cuando rezo? Antes la tenía cerca y mis pensamientos se iban hacia lugares lejanos; ahora necesito la fe para pensar que sigue cerca de mí. 



Qué fácil es sentirse donde uno desea cuando no se espera nada... y cuando tu intuición te envuelve de verdad. Gracias Irlanda, gracias irlandés... la chica de Galway iba a cobrar su protagonismo en esta sencilla reflexión pero amanecí con una canción que me ha atravesado el alma... y la celebro contigo y tu plateada cabellera. No cambies!

Sin duda voy de camino a casa... y sin miedo a perderme. Pom pom, pom pom...


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