Y si el recuerdo lo diluye, escribo...
Manu sabía
diferenciar muy bien el sonido de su propio músculo bombeando sangre que el de
aquellos tambores que ni el tiempo había sido capaz de diluir como ahora
ocurría con la voz de su abuelo. A veces se esforzaba en recordar el eco de su
peculiar forma de silbar cuando subía las escaleras hacia casa o el del manojo
de llaves hasta abrir la puerta, su tos… cualquier murmullo sería suficiente
para reactivar la memoria. Sin embargo, cobraban protagonismo los gestos, las
manías, las rutinas pero una voz en off la sacaba de sus divagaciones “lo que
daría hoy por un murmullo de buenas noches, de ésos que reconfortan el alma”.
En este tipo
de reflexiones solía envolverse Manu al caer la tarde, justo en esa hora que
ella definía de obligado recogimiento, pero aquella tarde Manu se sentía rara,
inquieta y la intensidad del sonido de los tambores no la hacían dudar, era muy
consciente que su umbral de audición no la traicionaba. Necesitaba hacer algo,
quizá escribir y poner palabras a aquel tsunami de sensaciones porque para Manu
la memoria era más potente que el recuerdo y tenía que dejar testimonio de
aquellos susurros, lo único que no pudo nunca congelar con la retina. Hizo
recuento: cómo transcribir el nervio de su abuela cuando desde la ventana de un
primer piso en el barrio la reclutaba junto a sus hermanas para la merienda,
sólo la primera sílaba “niiiii…ñas” y ya sabían que tenían que volar a su
encuentro, lo visualizaba claramente pero no el timbre de su voz, ése no, o
aquellas tardes adormilada y recostada sobre el pecho de su madre que estaba de
conversación en la baranda, del otro lado la selva, algún chillido de un
animal, aullidos fáciles de reconocer, podría teclear en Google “grito gorila”
y aparecerían más de veinte enlaces con otra veintena de audios pero la
resonancia de la voz de mamá, no, ésa no.
“Un día tonto lo tiene
cualquiera, seguro que me va a venir la regla porque, qué explicación puede
tener acaso esta bienvenida de nostalgias, miedos y antiguas creencias
gratuitas, qué significado enfadarme porque no se repuso el papel de baño o no
tener con quien discutir de banalidades, con lo bien que sientan las
reconciliaciones, va a ser que echo de menos un abrazo, así, gratuito porque
sí, va a ser que voy a tener que darlo yo porque sí, sin explicaciones, sin
juicios, sin rodeos… sólo porque me doy permiso para sentirme ñoña, contrariada
y perezosa, odio ser perezosa pero hoy no estoy ni para mí misma y en el fondo
es lo que más me fastidia. Hoy me quedo aquí escondida como de pequeña detrás
del árbol, camuflada, abrazada a su tronco, también ese abrazo suma, hoy me
siento caprichosa, hoy me encantaría ponerle forma a tu voz pero se diluye como
la del abuelo y me resisto a que sea perecedera, me revuelve, me frustra
percibir la soledad como la vivo, me descoloca en muchos ámbitos de mi vida,
toca resituarse y caray cómo cuesta, cuesta no hacer algo a medias, cuánto
trabajo soltar las muletas pero bueno, que seguro que me pongo mala porque ¡no
me soporto de verdad! Hoy necesito que me canten mi canción.”
Manu abría cajones, rebuscaba
entre sus ordenadas montañitas de papel, sabía que había impreso aquel texto.
El tam tam continúa en su interior y su volumen la ayuda a dejar la mente en
blanco y concentrarse en aquel maravilloso escrito de una poetisa africana,
Tolba Phanem, que cuenta cómo la mujer africana embarazada se adentra en la
selva junto a otras mujeres, rezan y meditan juntas hasta que aparece la
canción del niño. Esa canción acompaña al niño desde el mismo día que nace,
durante su crecimiento, cuando se casa e incluso cuando su alma abandona este
mundo pero lo que a Manu realmente la cautivó y justo era ese trocito el que precisaba
leer, era el de ese otro momento en el que los pobladores cantan la canción.
“¡Lo encontré, sí, aquí está, lo
sabía!”. Manu volvió a emocionarse, una lágrima acarició su mejilla mientras
leía “Si en algún momento durante su vida, la persona comete un crimen o un
acto social aberrante, se lo llevan al centro del poblado y la gente de la
comunidad forma un círculo a su alrededor. Entonces, ¡le cantan su canción! La
tribu reconoce que la corrección para las conductas antisociales no es el
castigo; es el AMOR y el recuerdo de su verdadera identidad”.
Cogió aire, fuerza para asomarse
al mundo tras su escondrijo, sintió una delicadeza por dentro imposible de
describir aún sin saber si ella tendría su propia canción pero sí la encontraba
para su abuelo, para su amiga, para su pequeña, para tantos seres queridos,
incluso para él. Ello no avivaba el recuerdo de una voz, pero sí a confortar la
memoria. Paz.
Comprobó la
hora, el sol recién oculto dejaba una tonalidad espectacular en el horizonte,
perdió la cuenta de los colores: rojos, naranjas, morados, marengos y algún
celeste sin determinar.
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Me encanta que te asomes a este rincón ... saber que a todos nos gustan las cosas que tocan el corazón! Gracias por recrearte un poquito conmigo ...