Esencia...
Aquella mañana Manu despertó muy prontito,
ni las campanas de la iglesia, ni siquiera el coro de pajarillos. Se quedó un
ratito más bajo las sábanas agudizando todos sus sentidos pero nada, silencio.
Tenía una cita con el amanecer y la convicción que debía regalarse algunos
cambios, su proyecto de vida necesitaba respirar!
Había cosas que no iban a cambiar porque
ella tenía esa habilidad de hacer hogar en la casita del árbol o en un almacén
abandonado, cuando viajó de camping o tuvo que vivir unos días de paso. Hoy
siente el alma amueblada y elige ser nómada y la casa su refugio, aquel del que
muchas veces necesitó huir pero ahora volvía a recuperar esa naturaleza tan
necesaria, donde hasta el desorden hablaba por ella misma: los libros
amontonados o la ropa pendiente de la plancha, el desgastado color de las
paredes donde regaba el Sol, incluso los olores tenían un motivo o los sonidos
de la lluvia y el viento cuando competían descaradamente con su música, por no
enumerar aquel universo de piezas entre espejos, muebles, tacitas o
cucharillas, cuadros, una máscara o los maderos que le trajeron las olas, los
“picasos” de su pequeña en la nevera… todo cuanto la acompañaba tenía un origen
y una historia, la suya, su esencia.
Por fin se incorporó y en ese gesto comenzó
el estreno de sus cambios, encontrarse cara a cara con ella misma era algo que
Manu había estado retrasando, incapaz de concretar durante cuánto tiempo pero
mientras se vestía sus gorditos calcetines de lana recordaba la frustración en
aquellas interminables estaciones, una primavera y luego otro otoño y así
después del invierno, un verano más. Días grises sin matices, desconfianza,
terapias, medicación, inseguridad, los consejos, mirarse y no verse… qué bien
condimentado va el miedo, devora, y para alguien tan rematadamente
soñadora como era Manu, resultó letal. Abordaba el pasillo con una sonrisa en
la oscuridad como quien emprende el camino sin pretender llegar a un
destino, tomando caminos sin determinar porque una ya no se rompe igual cuando
se desploma y resultaba gracioso imaginar su actitud al levantarse tras una
caída, con la barbilla bien alta y sacudiéndose la ropa sin importancia y
avanzar.
Era muy habitual en Manu las interrupciones
del pensamiento con interferencias efímeras pero que iba agendando su rutina y
síntoma de su equilibrio mental “ahora que me veo sacudiéndome la ropa,
que no se me olvide comprar suavizante para la lavadora” como también su
maniática necesidad de poner imagen a todas sus sensaciones, algo que había
facilitado su conciliación con la meditación, solía ruborizarse por su
facilidad para caer dormida con aquel arrullo de voz en off y sonido
zen. Algunas eran muy obvias como el horizonte, el mar, un fuego… en
estos razonamientos andaba inmersa mientras cacharreaba para su temprano
desayuno y revisaba de memoria el decálogo de propósitos para su no fin de año.
Más imágenes, un gato, una escoba, un cristal roto, una cicatriz… todo
simbolizaba algo para Manu, conceptos que desviaban la atención, pensando de
reojo en el camino que vetó pero había elegido empezar de nuevo, firme incluso
con las críticas. Dejó de hacer ruido y se acurrucó en el sofá con su chocolate
caliente entre las manos y la mirada algo perdida. No se oía nada, la gustaba
ese silencio que se colaba entre el primer sorbo y su pestañeo. El pestañeo le
representó unas alas y volvió a sentir vértigo en las palabras “Cicatriz, cristal
roto, escoba, gato, gato, gato… el miedo. Desde pequeña me han horrorizado y
ahora mi hija quiere un gato, no sé cómo voy a disuadirla, ella no los teme, no
se cuestiona si arañan, si van a lo suyo, la toxoplasmosis, esa fierecilla
precavida, huidiza y felina. Sus aullidos en celo que parecen el llanto de un
bebé. De chiquitina no me gustaba ni tirarles el ovillo de lana para jugar,
siempre estuvieron en mi peor pesadilla y jamás olvidaré desperezarme de
aquella siesta con Tiriti, el gato de mi abuela, pegadito en mi espalda,
ronroneado y yo inmovilizada imaginando su salto sobre mí. Qué miedo pasé y
ahora… ¡ella quiere un gaaaaaato!”.
Pero Manu se ha desvelado inquieta por el
cambio sin alarmas. Sola. Sin luz. Con ganas. Sin valentías. Sin distracciones.
Con acción. No va a salir corriendo, el miedo no va a asfixiarla. Ha llegado el
presente de encontrarse entre retinas y dejar a todo lo que asusta de lado,
salir de la sombra, deshabitarse para reconocer su refugio, su sitio, SU
ESENCIA, su hogar, ella.
“O todo o nada. Ese gato y
yo vamos a cuidarnos, lo presiento”.
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Me encanta que te asomes a este rincón ... saber que a todos nos gustan las cosas que tocan el corazón! Gracias por recrearte un poquito conmigo ...