Volver a empezar...

La vida en línea recta sin curvas ni rayas discontinuas tiene fecha de caducidad… Casi tanto como conducir con la velocidad programada. Uno termina por no ser capaz de encontrar aventura en nada, por no sentir el latir de la tierra, ni la dirección del viento, ni la diferencia de los matices de la luz en cada estación o cómo empapa la lluvia por sorpresa. Las palabras se acomodan en la garganta y tu cuerpo lo engulle día a día el sofá. Pierdes contacto con el mundo exterior y mermas… El volante empieza a asustarte y el miedo, mucho miedo.
No soportas la soledad pero el control y ese no hacer ruido para no molestar, se han apoderado hasta tal punto de tu orden interno que ya no hay manera de frenar tanto desarreglo. Y así vas acumulando kilómetros. Kilómetros que vienen a ser las piezas de un rompecabezas donde la única que no encaja es la tuya, eres tú.
Nadie puede desvelarte cuánto dura este viaje porque no es más que eso, aunque muchos se empeñen en llamarlo depresión. Un viaje que hay que vivir, un viaje que hay experimentar para regresar, para volver a casa y a tu corazón. Este trayecto es el más duro con intermitentes paradas donde repostar fuerzas, para no derrumbarse ante los duelos. Sí asusta, ya lo dije antes. Miedo. Pero… todo lo bueno empieza con un poco de miedo. El puzle es mío y voy recolocando mis partes donde pertenecen… Voy armándolo desde mis trocitos.
Volver a empezar… Como me salga. Pero disfrutando de cada sensación y de cada ilusión reencontrada como si fuera ¡la primera vez!

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