Manu y su hogar, ella.

La historia de Manu puede ser la tuya o la mía, en el fondo la de cualquiera porque todos tenemos más cosas en común de las que imaginamos, renglones de mujeres que van solapando etapas puesto que lejos de superarlas, todas ellas suman  hasta para empezar de cero una y otra vez, una y otra vez… incluso las que uno piensa que marcaron el fin de una de esas etapas, no, va y te zampa la vida una experiencia, crecer, un nuevo reto o quién sabe si una oportunidad a estrenar con diferentes rutas o con tu ese otro “yo” más renovado, algo más espiritual y con suerte un poquito más selectivo y egoísta. Ese otro “yo” en el fondo más animal, el genuino… al que ni uno mismo puede engañar porque nace sin contaminantes  ni contaminado.

Modelo: @sally_photo

La historia de Manu es la de una mamá que juega a “renuncios” para arrancar una gincana con una nueva vida en brazos. Por si fuera poco defender la de una misma, de repente te ves con la responsabilidad de multiplicarlo todo por dos: los miedos,  las risas,  el salario, la plenitud, las obligaciones, el cariño, la soledad… sí la soledad,  porque durante este recorrido de amor incondicional, donde haces el complejo cambio matemático de baño relajante por ducha rápida, donde el orden de factores sí altera el producto porque su crecimiento no es directamente proporcional a tu envejecimiento, donde a ti mamá te toca aprender de desapegos sin soltar, mientras que ellos ya nacen en la pista de despegue listos para extender su alitas y volar!

Con esa costumbre de querer aprovechar el tiempo al máximo, Manu faenaba en casa y repasaba listas mentalmente, cualquier distracción era válida si la alejaban de esa maraña de voces que no hablan de nada, salvo de contradicciones insoportables. Anoche su pequeña se quedó a dormir en casa de una amiga y pasaría el fin de semana con ella. Curiosa sensación la que provocaba ser consciente de las veces que proyectó estar sola para poder disfrutar de otros momentos y ahora que podía, había un silencio que no digería bien. Algo no fluía y sabía que no podía abandonarse a ese bucle de pensamientos que frustran la acción, sin más sentido que una premisa hecha prisa.

Manu paró en seco,  si hacía tiempo que no vestía reloj porqué darlo cuerda constantemente si el sol sale y se acuesta a su ritmo, porqué acelerarlo! Manu repasó aquellas jornadas fuera de casa muchas veces por trabajo y otras descubriendo nuevos horizontes, lunas que no se apagan envueltas de abrazos , la agenda llena de compromisos cuando dolía tanto decir no,  amaneceres con olor a tacita caliente y desgranando esa cadena sinfín de situaciones, existía un denominador común, la necesidad de volver a casa. Recordó cuando solía estacionar su coche, parar el motor y quedarse allí un ratito en silencio, escuchando la lluvia o adormilada por el calor del sol antes de salir al mundo y adentrarse en un hogar de soledad acompañada. Siempre encontró refugio allí frente al volante de su vida pero con el freno de mano activado, cuando el segundero no giraba y no tenía control sobre  los minutos pero lastimosamente las horas cobraban densidad porque los cristales tardan en empañarse si el copiloto está ausente.  La realidad de su kilometraje se definía siempre en la misma dirección. Manu necesitaba volver a casa. Hacer los kilómetros de vuelta.  Tu hogar… en el coche, en el corazón de alguien, alrededor de una mesa en la cocina… hogar. Y así proyectaba ahora a su niña, regresando feliz a su lado después de unas horas inolvidables de amistad y todo cobró sentido.


Era su turno. Preparó la bañera con la temperatura más parecida a la de piel con piel y se relajó. “Qué acústica tan mágica tiene el agua cuando la revuelvo delicadamente” pensó Manu. Sentía un placer imprescindible, placer de hogar, volver! Atrás quedaron las duchas rápidas, hoy toca bañarse sin adornos y enjabonada de honestidad. La tenue luz y Manu… y hacer hogar!

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